Florentino
En 2007 me trasladé con mi familia (mujer y una hija de año y medio) desde un cortijo en Salteras, provincia de Sevilla, a Puertas de Vidiago, aldea del Concejo de Llanes en Asturias, a mil kilómetros de
distancia.
Al poco tiempo, compramos unos terrenos en la sierra del Cuera y una yegua apropiada para transitar por lugares escarpados y así poder llevar y traer enseres del pueblo al Cuera y viceversa.
Poco después compramos un burrito muy joven para ayudar a la yegua, pollino al que mi hija Elena bautizó como FLORENTINO. Florentino rápidamente se querenció a la yegua y la seguía sin miedos por cualquier sitio, cosa poco común en los burros. Florentino fue manso y obediente desde el principio e iba detrás de quién quiera que lo llevase de reata cogido por la guindaleta o cabestro. Elena y Florentino tenían la misma edad y quizás por eso Florentino permitía a mi hija manejarlo como si ambos fuese de la misma especie.
Cuando Florentino cumplió tres años, le puse unas albardas que le hicimos entre mi hija y yo y empecé a trabajar con él junto a la yegua aunque cargándolo poco. Ya entonces, había nacido mi hija pequeña María, que en la siguientes navidades hizo de niño Jesús en un Belén Viviente de las tres aldeas, Vidiago, Riego, y Puertas de Vidiago. ¿Y cómo no? Florentino tiraba alegre de un carrito donde llevábamos los regalos de los más mayores y pequeños de las tres aldeas que conforman la parroquia. Recuerdo que algunos vecinos me preguntaban si Florentino tiraría del carro, cosa que nunca había hecho, pero que a él parecía gustarle y yo le había dado permiso para llegar tarde la noche de Reyes y con todo eso se hizo popular. Me lo pedían para romerías y mercadillos e incluso ayudamos al transporte de material sensible y sofisticado de arqueología en excavaciones llevadas a cabo en Asturias entre 2013-2016. Pablo Arias, arqueólogo de la Universidad de Cantabria, fue quien se puso en contacto conmigo para poder hacer unos estudios arqueológicos en la finca donde Florentino y yo trabajábamos en esa época.
La verdad es que a Florentino siempre lo tuve bien preparado, tanto de comida como de cascos y herraduras. Además le puse una compañera, una burrita que cambié por la yegua. Con mal tiempo yo metía a burra y burro en una gran cuadra donde mis hijas jugaban con ambos, a los que se subían desde pequeñas sin que jamás pasara ningún percance.
Florentino en ocasiones espantó zorros o me avisaba cuando zorros y cuervos intentaban dañar o comerse algún becerro a medio nacer o a una madre con problemas en el parto. Si Florentino estaba cerca, los rebuznos en estos casos eran diferentes, más seguidos y alarmantes, señal de que algo no iba bien y por eso intenté hacer parir a las vacas en un cercado donde también metía al burro. Me ayudaba a recoger leña, tensar alambres de las vallas, repartir estacas, tirar de algún becerro o vaca atascados y de desbroces de zarzas en verano. También hacía otros quehaceres, como acarrear en primavera hierba para las vacas, o sea dos carros de verde al día durante un par de meses, a lo que también ayudaban mis hijas que disfrutaban de una bonita distracción acordonando o pisando la hierba en el carro.
Hay épocas muy buenas y bonitas en Asturias, pero
también duras como la invernada que dura
demasiado tiempo. Aunque a los que no son de
Asturias les puede parecer un sitio idílico donde el
color verde da mucha comida en primavera y
verano, que es cuando la hierba crece, luego los
fríos paran el crecimiento de la hierba y con tanta
lluvia o bien trashumas con el ganado en el estío al
puerto o bien lo único que consigues es que el
ganado entierre en el barro con sus patas la poca
comida que llega al tardío. En todas estas cosas
Florentino ayudaba en el trabajo y estaba al
cuidado de mis hijas al mismo tiempo. Mi hija
pequeña, que nació en Asturias, tenía un par de
años cuando aprovechaba que Florentino se
revolcaba para subirse a él y al levantarse ya con
mis hijas encima, seguía comiendo tan tranquilo.
Mi hija mayor lo enseñó a andar hacia atrás, cosa
nada fácil en los burros, pero los niños tienen más
paciencia que los mayores y el burro rápidamente
entraba marcha atrás en cualquier lugar sin nunca
oponerse.
Esa etapa de nuestras vidas duró unos 10 años y,
aunque siempre estuvimos pendiente de
Florentino, hoy está en una finca que no es nuestra
y sólo. De ahí viene nuestra decidida determinación
de traerlo con nosotros, para que siga enseñando
con su paciencia a todos los que lo acompañen por
nuestras VEREDAS DE VIDA, una aventura de más
de mil kilómetros por etapas. Aquí lo atenderemos
como a uno más de la familia.